Siempre he dicho que no me inquieta la robotización, sino la deshumanización de nuestros tiempos. La naturaleza, o quien quiera que esté detrás del COVID-19, nos ha dado una lección sin precedentes a los seres humanos.
No sé si lo han notado, pero particularmente por estos días prevalece más la inquietud de cómo nos vamos a transformar como seres humanos, que la recurrente pregunta de cómo transformar digitalmente nuestras organizaciones.
Jamás nos había preocupado tanto nuestra salud física y financiera, ni tampoco la de quienes nos rodean. Me gustaría ver una gráfica de cómo ha incrementado el amor por la vida y nuestros semejantes durante las pasadas semanas. Pienso que el incremento puede ser mayor a la curva del pánico colectivo que se vive en cada rincón de nuestro planeta.
Los emotivos contenidos que llegan cada minuto a nuestros grupos de WhatsApp y otras redes sociales durante este tiempo de aislamiento preventivo, han sido escritos por personas de carne y hueso. No por máquinas insensibles que solo hacen posible algunas eficiencias operacionales en la vida moderna.
Finalmente somos los seres humanos los que hemos escrito la historia universal y movido el mundo desde su existencia, y gracias a nuestras capacidades intelectuales y creativas, lo podremos seguir haciendo mientras las más de 7.000 millones de personas habitantes de nuestro planeta, así lo permitamos.
Creo que el momento es más que justo para hacer un alto en el camino y preguntarnos: ¿Cuál es nuestro afán por dejar vacíos los espacios físicos de las organizaciones y reemplazar cada uno de ellos por algoritmos insensibles? Insisto, no soy enemigo de la llegada de la tecnología a nuestras labores diarias, pero me inclino más por trabajar unidos en las organizaciones para buscar el bienestar de los individuos que las conforman y preservar su rol activo en ellas.
No quiero imaginarme a todos nosotros sentados en casa como lo estamos hoy, viendo pasar por nuestras ventanas a miles de robots a hacer el trabajo que nosotros mismos podíamos y disfrutábamos hacer. No es ficción, si no canalizamos nuestras ideas en desarrollos que contribuyan a la preservación humana y no ponemos freno a los desarrollos que van en contra de nuestra naturaleza, pronto será nuestra cotidianidad.
No podemos permitir que el homo sapiens sea extinguido y reemplazado por la robótica y la inteligencia artificial. No podemos permitir nuestra propia autodestrucción.
O que levante la mano si alguno de los que está leyendo mi nota es un robot. Claro que no. Obviamente Google está detrás de cada una de mis palabras y sabe lo que pienso, pero jamás su espectacular tecnología sentirá miedo e impotencia frente al momento actual. Y ahí es donde está la diferencia: Nosotros sentimos.
A pesar de que la tecnología está permitiendo de forma casi mágica que mi esposa esté en este momento participando de su comité primario online, mis hijos estén recibiendo sus clases a través de dispositivos móviles, y yo esté conectado al mundo compartiendo mis pensamientos, no podemos permitirnos que se repita la historia. Albert Einstein luego de ser artífice clave para el desarrollo final de la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki, y darse cuenta luego de su garrafal error, escribió: “El espíritu humano, debe imperar sobre la tecnología”.
Es hora de hacer cambios de fondo, y no permitir que la memoria de corto plazo de nosotros los humanos, nos deje caer de nuevo en el abismo una vez pase todo este cataclismo.
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