Sostenibilidad

Ética competitiva: El camino hacia una innovación sostenible

Juan Esteban Cock V.
@JuanEstebanCock

En el agitado mundo empresarial de hoy, donde la competencia es tan feroz como inevitable, surge una pregunta fundamental: ¿cómo podemos transformar la rivalidad en un catalizador para el progreso colectivo? La respuesta nace en un concepto simple y poderoso: la ética competitiva.

Hace años, al inicio de mi carrera, me encontré frente a un póster en la oficina de una gerente de mercadeo que proclamaba orgullosamente: "A la competencia no se le desea el mal, se le hace". Esas palabras, aunque pretendían ser ingeniosas, revelaban una mentalidad arraigada en muchas empresas: la idea de que el éxito propio debe construirse sobre el fracaso ajeno. Sin embargo, esta visión no solo es éticamente cuestionable, sino que también limita el potencial de crecimiento e innovación que surge cuando las empresas compiten de manera saludable y respetuosa.

Imaginemos por un momento un ecosistema empresarial donde la competencia no se base en socavar al rival, sino en superarse a uno mismo. Un entorno donde cada empresa se esfuerce por ofrecer lo mejor no por miedo a ser superada, sino por el deseo genuino de aportar valor al mundo. En este escenario, la innovación no sería una herramienta de supervivencia, sino un medio para elevar a toda la industria.

La competencia ética se erige como un faro en medio de las turbulentas aguas del mercado. Nos recuerda que el verdadero éxito no se mide únicamente por los números en un balance, sino por el impacto positivo que generamos a todos los grupos de interés. Cuando las empresas compiten de manera ética, no solo mejoran sus productos y servicios, sino que también impulsan a toda la industria hacia adelante, creando un círculo virtuoso de innovación y progreso.

Este enfoque nos invita a repensar nuestras estrategias y valores corporativos. En lugar de ver a los competidores como enemigos a derrotar, podemos considerarlos como compañeros de viaje en la búsqueda de la excelencia. Cada avance de un rival se convierte en una oportunidad para elevar nuestros propios estándares, para explorar nuevas ideas y para desafiarnos a ser mejores.

La competencia ética fomenta un espíritu de respeto mutuo y transparencia. Nos impulsa a ganar cuota de mercado no a través de tácticas desleales o manipulación, sino mediante la excelencia genuina en nuestros productos y servicios. Nos anima a ser honestos en nuestras prácticas comerciales y en nuestra comunicación con los clientes y stakeholders. Y, quizás lo más importante, nos recuerda que el éxito de otros no disminuye nuestro propio potencial de crecimiento.

Adoptar esta filosofía trae consigo beneficios que van más allá de lo inmediato. Las empresas que compiten éticamente no solo innovan más rápidamente, sino que también construyen una reputación sólida y duradera. Atraen a los mejores talentos, quienes buscan no solo un trabajo, sino un propósito. Crean un ambiente de trabajo más satisfactorio y motivador, donde los empleados se sienten parte de algo más grande que ellos mismos.

Más aún, la competencia ética contribuye a un crecimiento más estable y sostenible a largo plazo. Al colaborar en áreas que benefician a toda la industria, como la sostenibilidad o la responsabilidad social, crean un impacto positivo que trasciende los límites de sus propias organizaciones.

En un mundo cada vez más consciente de los desafíos globales que enfrentamos, desde el cambio climático hasta la desigualdad social, la ética competitiva no es solo una opción, sino una necesidad imperativa. Es el camino hacia un futuro donde el éxito empresarial y el bienestar social no sean objetivos contrapuestos, sino dos caras de la misma moneda.

Así pues, el desafío que tenemos por delante es claro: debemos reimaginar la competencia no como una batalla a ganar, sino como una oportunidad para elevarnos mutuamente como colegas. Cada día, en cada decisión que tomamos, tenemos la opción de contribuir a un ecosistema empresarial más saludable y beneficioso para todos.

El verdadero éxito, no se debe medir por cuánto superamos a otros, sino por cómo elevamos el estándar de toda la industria y contribuimos positivamente a ella. La competencia ética no se trata de desear o hacer el mal a otros, sino de inspirarnos mutuamente para ser mejores y crear un impacto positivo duradero.

La invitación es no competir para destruir, sino para construir. No innovemos para dominar, sino para transformar. No se trata solo de crear empresas más fuertes y resilientes, sino un mundo más justo, sostenible y próspero para todos.

Inspirado en el caso Volvo, quienes a principio de los años 70´s descubrieron que la mejor manera de competir en una industria automotriz dominada por los nipones por la calidad de sus productos, era diseñar una cultura centrada “el cuidado de los seres humanos” como punta de lanza de su estrategia. De ahí nació su interés por crear vehículos ensamblados con los más altos estándares de seguridad, para proteger la integridad de todas las personas que viajaran en un vehículo Volvo.

En 2019, lanzaron la iniciativa “EVA” (Vehículos Igualitarios para Todos), a través de la cual entregaron 40 años de investigación y desarrollo a todos los fabricantes de automóviles del mundo. Una práctica empresarial que empezaron a aplicar a mediados del siglo XX, cuando luego de crear el cinturón de seguridad al que llamaron “The three-point safety belt”, ese que usamos todos los días cuando viajamos en un auto, igual cedieron su propiedad intelectual a todos "sus rivales". Gracias a este, hoy se salvan aproximadamente 1 millón de vidas cada año en accidentes automovilísticos. Coherencia, ¿no?.

Como diría mi madre: "Haz el bien, sin mirar a quien".

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